Cuando paseo por los montes del Jiloca veo allá en el horizonte al Moncayo, la montaña totémica. Tan lejos y tan cerca, faro del sistema ibérico. Y es que buena parte del "territorio celtiberia" se extiente por estas tierras turolenses que ahora son mi hogar. La laponía mediterránea. Tierra despoblada. De Soria a Zaragoza, de Guadalajara a Teruel, un mismo fantasma recorre estos barrancos: El abandono de sus pueblos. Pero entre el Maestrazgo y la serranía de Gudar existe una "aldea de irreductibles galos que resiste al invasor". No son ni Asterix, ni Obelix, ni se trata del imperio romano. Nos referimos al colectivo Sollavientos, que defiende el futuro para las Tierras Altas Turolenses. 
Es de su blog de donde hemos extraido esta interesante reflexión que compartimos y queremos compartir con todos. Transcribimos:
Mucho se habla en estos últimos 
tiempos, entendiendo como tal veinte años atrás, sobre las estadísticas 
de ciertas zonas de España, la disminución de sus habitantes, la 
limitación o desaparición de sus nacimientos, el elevado índice de 
mortalidad,  la creación de desiertos demográficos y cosas similares 
sacadas del INE o de estudios numéricos sobre tasas de población.  (...)
Lo peor es la despoblación de 
ilusiones, cuando en los núcleos pequeños se pierde el sentido de para 
qué mantener las cosas si nadie las va a disfrutar, sino vale la pena 
seguir mejorando porque no hay futuro y para qué dedicar esfuerzos y 
tiempo a un proyecto que tiene los días contados. Pasar los días con la 
esperanza de que toque la lotería de un proyecto que cambie las cosas es
 algo tan lejano e irreal como que el gordo caiga donde nadie ha 
comprado boletos.  Desde fuera se aportan ilusiones  tan transitorias 
que duran lo mismo que un espejismo.
Lo peor de la despoblación es la 
dispersión, pero no sólo de las personas por un territorio, sino de las 
ideas, de los anhelos, de los proyectos comunes. Las iniciativas quedan 
tan lejanas unas de otras, que cuesta darles cohesión. 
Lo peor es la despoblación de 
talento, pues al reducirse el número de pobladores, la simple 
estadística dice que el talento de los que quedan es menor, pero no 
tanto me refiero a esto como a que la mayoría de los jóvenes con 
capacidades salen a realizar sus estudios a la universidad y suele ser 
un camino sin retorno; su cualificación y su vocación tiene que 
realizarse en otros espacios o en todo caso con desplazamientos 
esporádicos para realizar su tarea desde los núcleos urbanos más 
próximos. La mayor pobreza de la despoblación es la pérdida de talento 
en el mundo rural.
La peor es la  despoblación del 
localismo, del hacer creer, para mantener los núcleos o los territorios,
 que no hay nada mejor y que todo lo que puede ser bueno se encuentra 
allí.  Una cosa es la identidad, el amor a la tierra y a las raíces y 
otra muy distinta no querer o que no quieran que se vea mas allá de las 
narices, no dejar mirar hacia afuera pensando que es renunciar a lo 
propio. 
Estas son las despoblaciones que 
siente el nuevo poblador y que le hacen desistir en muchos casos de su 
búsqueda de tranquilidad, de espacio abierto, de naturaleza. Todo ello 
lo encontrará, sin duda,  pero acompañado de estas rémoras ante las que 
hay que estar acostumbrado o acostumbrarse.
Es posible un cambio de tendencia, 
pero lo más importante no es acrecentar el número de pobladores en las 
estadísticas, ni aumentar la natalidad, cosa por otra parte complicada, 
sino vencer estas despoblaciones mentales y emocionales, que hacen 
difícil el asentamiento. 

Enhorabuena por esta reflexión tan real. Salud
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