El otro día estuve hablando con Gregorio. Él es uno de los dos apicultores de Purujosa, el otro es su cuñado, Juan Francisco. Ahora que llega la primavera, los enjambres alados recorren el territorio de flor en flor. Estuvimos hablando de abejas. Yo siempre he creído sentir una curiosidad innata por el mundo de las abejas. Sin embargo, esa conversación me sirvió para reflexionar sobre mi natural inclinación por ese apasionante mundo y concluí que dicho interés no fue innato: De pequeño nada sabía de abejas y nada me interesaban. Ahora poco sé, pero mucho me interesan ¿Por qué ese cambio?
Decía Ortega, ese gran pensador español: “Yo soy yo y mis circunstancias” Que razón tenía el sabio. Las palabras de Ortega me hicieron entender que mi interés por las abejas parte del día en que circunstancialmente leí el maravilloso libro de Severino Pallaruelo “José, un hombre de los Pirineos”. En uno de los capítulos del libro se describía con gran detalle como un hombre solitario de una perdida aldea del Pirineo cuidaba de los enjambres de abejas que le proporcionaban la miel. El relato iba acompañado de una fantástica serie de fotografías. Sin embargo, el libro no hablaba de un apicultor del Pirineo, hablaba de un hombre del Pirineo…
La conversación con Gregorio en las huertas de Purujosa y el recuerdo de aquel capitulo dedicado a las abejas me incitó a releer aquel libro que tan profunda huella había dejado en mi ser. Ya casi no lo recordaba, solo tenía retales en mi memoria, pero las impresiones estaban dormitando en mi subconsciente dispuestas a despertar con la misma fuerza que lo había hecho la primera vez. Recordaba que el libro no era un tratado de etnología al uso, siguiendo la objetiva metodología académica, donde prima la descripción frente a la emoción, la ciencia frente a los sentimientos. El libro era el relato de un mundo perdido, de uno del los últimos hombres libres de la sociedad, o esclavos de su medio, según se mire. Como decía aquella excelente canción de Más Birras: “Donde los pastores crearon un país (…) yo pertenezco a aquella raza de hombres que un día marcaron su ley”. Canción que parece compuesta pensando en la vida de nuestro protagonista.
Si pretendiéramos ser asépticos, primando nuestra imparcialidad, diríamos que estamos ante un manual de subsistencia en tercera persona, donde el observador (autor) describe el día a día del Protagonista (José). La vida de José aun gira al ritmo que marcan las estaciones, como lo hicieron nuestros antepasados. José es el heredero de una larga tradición de hombres que han sabido aprovechar las duras condiciones de su medio geográfico: pastorea con el ganado, cultiva el huerto, cría tocinos, su medio de locomoción son sus dos mulas, aprovecha la madera de boj para hacer sus instrumentos cotidianos, las rocas del entorno para levantar su casa y la madera de enebro hacer los tejados. Todo tiene un fin, una utilidad.
José murió, al poco de editarse su libro. Y con él no solo murió una parte de la Peña Montañesa, una parte del Pirineo, murió una parte de todas las montañas del Mundo, de todos los pueblos serranos de esta tierra. En Purujosa, ya hace años que murió nuestro ultimo José. Ahora nos quedan los libros para recordar a esta raza de hombres, que un día marcaron su ley.
Pallaruelo, Severino. José, un hombre de los Pirineos. Ed. Prames, 2006.