Pese a la grave sequía, ha llegado el otoño. En las ladera, entre los carrascales de un verde homogéneo, destacan cual fogonazos, las copas rojizas de los arces de Montpellier (Acer monspessulanum). En Purujosa a estos árboles se les denomina “aceres”. Es curioso observar como este localismo ha preservado mejor que el castellano la palabra latina original. Al igual que con los arces, los guillomos tienen su propia denominación local: “vareas”. El cabezo de Purujosa, frente al caserío combina los colores anaranjados de estos arbustos con los rojos de los pequeños arces que luchan por crecer en la dura roca caliza.
La escasez de lluvias nos ha impedido salir al monte a recoger setas pero el otoño da mucho más de sí. El mero placer de pasear bajo las copas rojizas de los arces o el hecho de admirar desde lo alto la variedad cromática de los bosques, bien merecían que saliese al campo.
El sábado, tras pasar la mañana en el Encuentro de espeleólogos en Calcena, me fui a pasear por los huertos y la chopera hasta el molino alto. Aunque los chopos no habían adquirido aun tonalidades amarillentas, el suelo estaba cubierto ya de hojas muertas. Después proseguí a media ladera hasta la fuente, viendo como el atardecer teñía de rojo las paredes de la Muela los Aliagones. Mientras anochecía aun me acerqué hasta las fuentes del Reajar, donde sorprendí a un altivo corzo.
Al día siguiente quedé con mi amigo Fernando de Oseja y lo llevé al que es para mí uno de los itinerarios otoñales más bonitos que se pueden realizar desde Purujosa: La ascensión a la Hoya del Pi y el descenso por el baco. de Matarranas. No obstante, su belleza es similar a su aislamiento, sin sendas, sin pistas, la Hoya del Pi está perdida. En la carretera pasamos junta a unas nogueras que tienen unos mojones pintados de blanco junto a ellas. Es una manera de señalar que esas nogueras siguen teniendo dueño, una señal para que no se lleven las nueces en estos días otoñales.
Nada más cruzar el cauce del río encontramos una vieja senda que gira a la izquierda en sentido descendente hasta la desembocadura del barranco de la Hoya el Pi. En ese punto hay una bifurcación; la senda principal se sale del barranco por la izquierda para ir a los campos abandonados de La Planilla. Nosotros remontamos el cauce del barranco en un auténtico bosque de arces, una auténtica selva de colores rojizos que nos hace avanzar casi arrastrar. Cuando los jóvenes arces crezcan este será uno de los bosques más bonitos de la región. Cuando el barranco se abre sobrepasamos dos grandes arces y llegamos a la Hoya, es decir, el llano donde estaban las tablas de cultivo.
Tras ascender hasta el cabezo y obtener unas fantásticas vistas sobre Purujosa, bajamos al seco del barranco de Matarranas. Desde sus laderas descienden bosques donde cohabitan carrascas, quejigos, cerezos, arces, rebollos, etc. Junto al ancho cauce de gravas crecen grupos de fresnos.
Volvemos de nuevo a la carretera tras haber disfrutado de una hermosa mañana de caza fotográfico de vivos colores otoñales. Si noviembre llegara con lluvias, aun habría tiempo de disfrutar del otro placer otoñal: las setas.
Más fotografías del otoño en el este álbum:
OTOÑO PURUJOSA 2011