La navidad es una
fecha especialmente señalada para los niños. La inocencia infantil reflejada en
su ilusión por los regalos, el brillo de sus ojos cuando oyen nombrar a los
Reyes Magos o a Papa Noel. Especialmente este último, que progresivamente se va
imponiendo en el imaginario colectivo de la sociedad capitalista occidental. La
homogenización cultural frente a las tradiciones locales (la tronca de Nadal en
el Pirineo o el Olentzero en la zona vasco-navarra) se imponen en la aldea
global del siglo XXI.
Probablemente todos
asociemos a Papa Noel o Santa Claus con un anciano bonachón, de larga barba,
considerable barriga y un una vestimenta de color rojo y blanco. Lo que muchos
no saben y tendremos que enseñar a nuestros hijos cuando crezcan, es que en el
siglo XIX se solía representar con colores verdes y fueron los anuncios de
Coca-Cola los que popularizaron la famosa iconografía navideña.
Del mismo modo, es
interesante conocer la evolución histórica que se esconden detrás de nuestras
celebraciones actuales. Las sociedades precristianas rendían culto a la
naturaleza, siendo especialmente significativa una fecha: el solsticio de
invierno, momento en el que las horas de luz empiezan a ganar terreno a la
oscuridad del invierno. A su vez, en el Imperio romano a mediados de diciembre,
se celebraban fiestas en honor a Saturno, en las que los niños recibían
obsequios de sus mayores. Vemos en ambos elementos el origen pagano a nuestra
actual tradición.
Como en tantas
ocasiones, el cristianismo sacralizó los ritos paganos. En este caso a través
de la figura de San Nicolás, obispo de la región de Anatolia en siglo IV que
destacó por dar todos sus bienes a los pobres y ayudar a los niños.
Cuando los
holandeses fundaron Nueva York en el siglo XVII llevaron sus costumbres, entre las que se encontraba el sinterklaas, que no es sino la
fiesta de San Nicolás en holandés. En el
siglo XIX el escritor Irving publicó el cuento “Historia de Nueva York” donde
deformó al santo holandés sinterklaas en la pronunciación anglosajona Santa
Claus. Posteriormente, aparecía la mística del personaje que conocemos en la
actualidad a través de diversos cuentos: El trineo, los renos (incluyendo a
Rodolfo), su origen en el Ártico, etc. Este Santa Claus, que ya nada tenía que
ver con el original San Nicolás (más allá de su cariño a los niños) traspasó a
Europa a finales del siglo XIX.
Así, estamos ante un
mito de nuestro tiempo, que bebe de un predecesor cristiano (San Nicolás) que
no hizo sino sacralizar dos tradiciones paganas: Las Saturnalias romanas y el
solsticio de invierno.
Además, el propio
significante de San Nicolás se ha perdido en Papa Noel. El Santo cristiano tenía
un componente subversivo al apoyar a los desfavorecidos frente a los poderosos.
Como nos cuenta la profesora de Teoría Política en la Universidad de Loughborough (Inglaterra) Ruth Kinna, el
filósofo anarquista Kropotkin estaba muy interesado en la figura de San Nicolás
dado que en Rusia era venerado como defensor de los débiles. En algunas
anotaciones inéditas del pensador ruso podemos leer su aspiración de expropiar
las tiendas para regalar los juguetes. Incluso llegó a teorizar en torno a los talleres de Santa Claus basados en el principio solidario de apoyo
muto al trabajar altruistamente al saber que producían felicidad en otros.
No deja de ser
sorprendente el total alejamiento de esos ideales cuando en la actualidad la Navidad es la fecha de la
exaltación de un modelo de consumo que implica una gran brecha social entre
nuestro primer mundo y el tercer mundo. En estas fechas más que nunca debemos recordar
que nuestro nivel de vida se sustenta en la explotación de otros. Eso no quiere decir
que no disfrutemos de estos días de confraternización familiar, ni que no
disfrutemos de la sonrisa de los niños, sino que tomemos conciencia de que
Santa Claus o San Nicolás no estarán satisfechos mientras muchos niños en el
planeta no puedan sonreír.
Que el Moncayo nos
traiga una Feliz Navidad y un prospero año nuevo.