Ya hemos dejado atrás la Semana Santa. Días en los que las banderas de humo de las chimeneas indican que vuelve la vida a los pueblos. Aunque este año la Semana Santa ha caído muy tarde y las temperaturas han sido muy elevadas, el interior de las casas (ante la ausencia de huespedes entre semana) guarda el frío invernal. Además, al final la lluvia quiso sumarse a la fiesta así que nada mejor que el calor del hogar para templar viviendas y corazones.
Al igual que ocurre con la Navidad, en buena parte, la Semana Santa ha perdido su sentido original, tiempo de recogimiento y reflexión, para convertirse en folklore consumista. Por eso, nuestro ermitaño en su homilía recordó la humildad de Cristo que debe inspirarnos una vida plena lejos del materialismo "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos" (Marcos, 10:25). El lavatorio de los pies (traslación de la Ultima Cena) no es sino la plasmación práctica de este sentimiento que Francisco ejerce en su vida diaria eremítica.
Igualmente, nuestro mosén tiene a bien celebrar la resurrección del Señor invitando a los vecinos a un chocolate caliente, un acto de hermanamiento de la comunidad que se prolonga hasta entrada la madrugada, acompañado con las canciones y el tañer de las cuerdas de la guitarra de Ester y Andrés.
Pero estos también son días de descanso y como tal, muchos aprovechan para viajar. La cara oculta del Moncayo explota sus potencialidades de turismo rural a través del senderismo, la escalada y el ciclismo. El albergue de Purujosa ha estado a tope de cenas y comidas, llegando a organizarse varios turnos. Y es que la fama de la excelente cocina con que agasaja a los viajeros empieza a traspasar fronteras.
Lo mismo que la fama de Valcongosto. Azucena lo conoció por primera vez, sintió el frescor de sus aguas escondidas entre altas paredes. Pero al menos otros 8 excursionistas (algunos vascos y otros catalanes) disfrutaron del impresionante cañón calizo a la misma hora que nosotros. Sorprende encontrarse caminantes en sendas antaño perdidas. Pero el lugar, bien merece su descubrimiento. Lo mismo que la Semana Santa purjosana, sin tambores pero auténtica, como el pueblo que la acoge.