Ya está
aquí la navidad. Esas fechas en las que nos acordamos de aquellos que nos han
dejado y ya no podrán sentarse en nuestra mesa. Hace unas semanas murió Teodoro
Pérez Bordetas, ilustrador y amigo de Purujosa, que todos los años, a la estela
del cometa que nos guía hasta Belén, se acordaba de su pueblo de la infancia,
enviándonos una tarjeta personalizada. Por eso, recuperamos del cajón de los
recuerdos este “chirstmas” con la sagrada familia tras el casco urbano de
Purujosa que con tanto cariño nos dedicó.
Estos
son días de recogimiento familiar, de exaltación de la amistad y el amor. Y
esta confraternización va más allá del simple ocio consumista. Los medios de información propagan el dogma
de la felicidad por medio de la acaparación bienes. Sin embargo, el espíritu
navideño se diluye cuando pensamos que el crecimiento exponencial de los países
ricos se sustenta en la explotación de los niños de los países pobres. ¿Cuántos
niños en el mundo no podrán disfrutar de la navidad? El padre Francisco, orando
en su eremítica cueva, estará feliz sin regalos, puesto que el mayor regalo no
se compra con dinero. Amor, amistad, solidaridad, son sentimientos que están
más allá de la lógica mercantilista en la que vivimos.
Y en
esta sociedad de la información y la globalización, las tradiciones se pierden
y la cultura se estandariza. Tristemente, Santa Claus se impone a los Reyes
Magos, olvidando nuestras raíces históricas y culturales. El trineo tirado con
renos ha llegado hasta la Cara Oculta del Moncayo. Papa Noel ha viajado desde su fábrica de
juguetes situada por encima del paralelo 66º donde utiliza como mano de obra a
una masa de elfos. Aunque los medios de información no harán esta reflexión, esta imaginaria relación entre Santa y sus
trabajadores élficos puede reportarnos lecciones a nuestra vida diaria.
Así, algunos locos seguiremos pidiendo en la
Carta a los Reyes Magos (especialmente a Baltasar, quien contará sobre su
camello historias de hambre y pateras) que esos elfos explotados bajo condiciones laborales draconianas (working class) se revelen contra el barrigudo de su amo, que obtiene beneficios exponenciales con la plusvalía de su fuerza de trabajo gracias al segmento de mercado formado por niños inocentes. A fin de
cuentas, esos fantásticos elfos son el reflejo de los trabajadores explotados
en países subdesarrollados por multinacionales que luego comercializan en el
primer mundo los juguetes que allí producen. Que distinto es el toy workshop
nórdico de Santa Claus que refleja la publicidad navideña, a las fábricas reales de Bangladesh.
Pero
que mis reflexiones finales no nublen el comienzo de mi exposición. Sin
olvidarnos de los que no están, ni de los que no tienen nada que celebrar, estas
son fechas de amar a nuestros seres queridos. Por eso desde aquí os deseamos
¡Felices fiestas!