Esta es la crónica que nunca quise escribir, aunque tuviera la
fatídica certeza de que lo haría. Un escalofrío ha recorrido mi ser cuando lo
he leído en el periódico. Que manera tan fría de recibir la más gélida de las
noticias. Ha muerto Teodoro Pérez Bordetas.
Teodoro fue un gran dibujante. En sus gráciles trazos recogió
buena parte de Aragón. En sus acuarelas retrató el polvo, niebla, viento y sol
de su tierra, las piedras que erigieron sus gentes en forma de caseríos, villas
y aldeas.
De un tiempo a esta parte fui amigo de Teodoro. A ambos nos
unía en nuestra particular biografía un nexo en común, un punto en el mapa
llamado Purujosa. En los tiempos de la República su padre fue destinado como maestro a
Purujosa, de ahí que buena parte de sus recuerdos infantiles discurrieran por
sus empedradas calles, sus fríos inviernos y noches estrelladas. Primero nos
carteamos vía e-mail y luego me invitó a su hogar. Allí traspasé la frontera
del artista y de su obra, para conocer a la persona y su ser. Y fue entonces
cuando descubrí que la calidad humana de Teodoro era todavía mayor que la
calidad de sus cuadros. En las agradables tardes que pasé en su compañía
siempre se mostró amable y cercano. Él junto a su esposa Amelia siempre
tuvieron sus recuerdos prestos para mi curiosidad. Y haciendo gala de una
memoria asombrosa, fue compartiendo conmigo retales de su pasado. Pienso en la viveza
con que recordaba el agua helada dentro de casa en enero o su alegría al
contarle que algunos de aquellos niños con los que compartió pupitre seguían
pisando las calles de Purujosa, aunque fueran ya ancianos.
Al abandonar Zaragoza, perdí el contacto con Teodoro. Hacia
muchos meses que ya no nos carteábamos y desconocía su empeoramiento de salud. La
nieve cubre los tejados de Purujosa y el cierzo golpea las contraventanas de
las viejas ruinas que pueblan sus callejones. Parece como si el invierno que
tanto impresionó a aquel niño, quisiera darle también su último adiós. El Moncayo llora su ausencia en forma de copos blancos. Observo con
melancolía la acuarela que me regaló de Calcena, acaricio el lomo del libro que
me dedicó y una sonrisa se dibuja en mi cara al recordar la alegría juvenil que
sintió cuando le regalé el libro que escribimos de Purujosa. Siempre llevó el
pueblo de su infancia en el corazón. Así lo describe Miguel Caballú en su
obituario.
Nos abandona el cuerpo, pero el recuerdo de su bondad
permanecerá con nosotros. O como dijo Jorge Manrique en el siglo XV “Aunque la
vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria”. Adiós amigo.
Desde aquí hago extensible el duelo de Purujosa a sus familiares y
amigos.
Obituario en el blog de dibujo: De vuelta con el cuaderno.
Entada en el blog: Téodoro Pérez Bordetas y Purujosa (29
julio 2010)
Ramiro, gracias por tus palabras, me siento muy cercana a tu sentir. Una gran pérdida, pero una gran suerte el que haya existido una persona tan entrañable y un dibujante semejante en esta tierra que el tanto quería. Mi sentimiento es que no se le hicieron los honores y homenajes que se merecía en vida, y espero que se le hagan en algún momento. Muchos somos los que lo deseamos y creemos que sería necesario para reconocer su trabajo y mantenerlo vivo en la memoria de los aragoneses. Ayer fue un día muy triste para mí. Lo he sentido como sí fuera un familiar muy, muy cercano . Gracias por acercarte a DVCC
ResponderEliminarHoy he puesto cara a las imágenes y nombre a un artista. Tengo sensaciones que van y vuelven desde el Bosque Sagrado hacia el cementerio de Purujosa. ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
ResponderEliminarClara, tienes toda la razón en que la sociedad aragonesa le debe un homenaje postumo a este gran divulgador de los rincones de nuestra tierra.
ResponderEliminarAndrés (Cuervo) ¿Qué bellos esos rincones del bosque sagrado y del cementerio para representarlos en dibujo verdad?
Un abrazo.