Cuando un libro te lo recomienda tu madre, es sin duda una elección
acertada. Si al consejo se suma tu hermana, se convierte en una lectura
obligatoria. Como aprender a volar (Ed. Olifante, Zaragoza, 2012) ha salido de
la pluma de Begoña Abad, una poetisa de 64 años, burgalesa de nacimiento,
residente en Logroño, donde ha combinado su oficio de portera de finca, con su
pasión literaria. Entre fregonas y limpiacristales surgen sus versos libres, pues
para Begoña, la escritura es la libertad:
Cuando friego, lo hago con dignidad
y cuando termino la tarea,
en ese mismo lugar,
escribo poemas
para defender la dignidad
de los más invisibles,
por si los que la perdieron
entre visas oro y el brillo del poder
quieren hacerles creer
que no tienen derecho a ella.
Cuando miro a los ojos,
cuando hablo, respiro o lloro
lo hago también con dignidad.
En una reciente entrevista en la revista femenina y feminista Lima Magazine,
esta “mujer sin título, con una vida tan normal como tantas otras mujeres, y
metida en casa tantos años trabajando en una portería” comentaba sus vínculos
literarios con nuestras tierras moncainas: “En mi primer encuentro de poesía,
en el Moncayo, yo llegué allí sin saber muy bien por qué había ido, había un
grupo de mujeres que ya estaban experimentadas en la escritura y yo no había
publicado nada. Pero aquello fue una cosa preciosísima, fue un descubrimiento,
ir leyendo por los pueblos de Aragón en pueblos remotos, leíamos a las 11 de la
noche en un pueblo en la iglesia ¡y la gente acudía! Y así fue como comenzó, lo
siguiente fue que la editora me invitó a ir a la Casa del Poeta, que está en
Trasmoz, accedí y allí ya me dijeron que me iban a publicar un libro”.
Su obra habla de las cosas cotidianas, pero también de los recuerdos
familiares, entre los que se incluyen la memoria de su abuelo molinero, una vida
que es la todos que se dedicaron a ese oficio hoy perdido pero antaño tan
necesario para la vida de los pueblos:
Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni
iglesia había.
En realidad no salió nunca de su
molino.
Ya es casualidad que por aquel
lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía
mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo
eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta
hacerlo polvo.
Nos sentamos junto al hogar, abrimos el poemario apartando el marcapáginas y
Aprendemos a volar desde el nido de Aguilas del Moncayo, recordando las
palabras de Begoña: “sólo sé que no voy a dejar de escribir, y que es lo que
más feliz me hace y que es mi espacio de libertad más grande. (…), escribo
simplemente porque me hace feliz”.
Begoña es de las mías. No tengo el gusto de conocerla personalmente pero tiempo al tiempo.
ResponderEliminarComparto lo que dice Begoña: "Escribo simplemente porque me hace feliz".
ResponderEliminarY recuerdo :Se FELIZ a tu manera. Porque la Felicidad no es lo que dicen los demás,sino lo que a ti te hace FELIZ.