Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

martes, 10 de agosto de 2010

Calcenada 2010. Vuelta al Moncayo, GR 260.

Parafraseando a los inolvidables Ixo Rai: “Como todos los meses de agosto, al llegar la fiesta mayor” el Moncayo ve cientos de ciclistas y caminantes en su derredor. Este fin de semana se celebró la mítica Calcenada, el evento que consigue sumar voluntades y esfuerzos de todos los pueblos del Moncayo y que tiene su epicentro en la Villa de Calcena, en la cara oculta de la totémica montaña.

El miércoles, en el crepúsculo de la tarde, llegué a Calcena. Paré en el bar de Kike para darle a Antonio una cubierta de la bicicleta dado que de tanto entrenar había reventado las que tenía. Tras conversar un rato me subí a Purujosa, mi nido de águilas del Moncayo, donde iba a pasar unos días. Se notaba que la llegada del buen tiempo condiciona el incremento de la población. Casi se hace extraño ir saludando a tantos conocidos y amigos tomando la fresca en la calle. Yo por mi parte extrañaba las noches de lectura en soledad junto al hogar o el pasear bajo ese firmamento estrellado, surcado por la vía Láctea, del que nos privan las luces de la gran ciudad. Son esos pequeños detalles, como el encuentro con las paniquesas que huyeron asustadas por los focos de mi coche, los que hacen tan mágicos estos días en la montaña para los que vivimos cotidianamente en la metrópoli.

Tras un jueves de relax, el viernes tocaba madrugar. O mejor dicho, un malentendido me hizo madrugar. Antonio me dijo que habíamos quedado en el albergue de Calcena a las 7:30 de la mañana para preparar parte de la Calcenada. Así que me vi la serie de Los Tudor y me acosté. Cuando me levanté, encendí el móvil y recibí el siguiente mensaje: “Perdona tío, me equivoqué, al final hemos quedado a las 9”. Como enfadarse no sirve de nada, aproveché para entrenar. Además, a esas horas Arsenio y Toribio ya estaban paseando por el río. El frío del alba calaba mis huesos cuando regresé a casa tras 9 Km. de trote por la carretera. ¡Qué distinto se ve el paisaje frente a las prisas de los vehículos! Ya en Calcena mientras unos cargábamos las camionetas de material para los distintos avituallamientos, decenas de mujeres se afanaban en preparar los bocadillos. Después del almuerzo y de ponernos la camiseta azul de voluntarios, hinchamos los arcos de la DGA y Trangoworld, mientras Mariano iba y venía para que todo saliese bien. A la hora de comer me subí a Purujosa unas banderolas de Trangoworld que puse en la carretera y en el puente del río mientras Mariano y Jacinto preparaban en el merendero una pancarta reivindicativa que iba a presidir el avituallamiento de Purujosa.

El pistoletazo de salida de la Calcenada se produjo a las 6 de la tarde para los casi 200 caminantes que se atrevieron a afrontar los 104 Km. a pie. A esa hora el merendero de Purujosa estaba lleno de vecinos que querían aplaudir el paso de los valientes. Tal fue la afluencia de público que los voluntarios casi no tuvimos trabajo dado que todos echaron una mano en servir Aquarius o en dar muestras de afecto ante la dura subida que les tocaba afrontar en los siguientes kilómetros.

El sábado era el turno para los 500 ciclistas. Mariano cogió el coche oficial de Purujosa y subimos hasta el puesto de avituallamiento del Collado del Tablado. Nuevamente clavamos las pancartas reivindicativas y empezamos a cortar plátanos y naranjas. El paso de los primeros ciclistas fue fugaz, veloz, cual puerto pirenaico del Tour. Antonio pasó en 7ª posición. A nuestros gritos de ánimo respondió con un pulgar levantado, iba bien, sabía que terminaría cogiendo a la cabeza de carrera. Lo que no sabía en ese momento es que dos pinchazos consecutivos le iban a privar de mejorar su tiempo personal en la prueba.


Lamentablemente, a escasos minutos de nuestro avituallamiento se produjo un accidente que afectó a un corredor de la Almozara. La ambulancia llegó con presteza para atender al herido que sufrió diversos traumatismos. Posteriormente llegó la caravana multicolor. Me acerqué a uno de los tramos con más pendiente para filmar el calvario y la agonía de este duro deporte. Muchos tenían que echar pie al suelo. Por suerte, escasos metros después la pista llaneaba y enseguida se alcanzaba el collado donde los ciclistas se agolpaban en torno a la mesa donde estaban los refrigerios. Fue un espectáculo digno de ver.

Ya por la tarde vinieron mis amigos de Lumpiaque, grandes aficionados a las fiestas de Calcena, dado que siempre nos han tratado muy bien. Cambié el look de colaborador por el look fiestero para bajar a Calcena. Antonio nos estaba esperando para subir a la plaza Alta, donde ya se oía la charanga y se adivinaba el olor de la sangría. La noche calcenaria dio para mucho, pero esa ya, es otra Calcenada.

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