Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Pequeñas anecdotas cotidianas de Purujosa.

Cuando subes por la Cara Oculta del Moncayo nunca te aburres, siempre encuentras faenas. Pueden ser acciones individuales que requieren de soledad, como retomar la lectura de una vieja novela pendiente. En cambio, en otras ocasiones, las actividades las encuentras por la calle, relacionándote con la gente. Te invitan al “Santo” los amigos de Calcena para sus fiestas y justo cuando te preparas para salir: avería de agua. Que oportuna la tubería, tiene que joderse en fin de semana. No pasa nada, Mariano llama al fontanero de Illueca, mi padre y José Luís se quedan en el río y nosotros nos bajamos de representación institucional a San Cristóbal.


Pareciera que entre semana no hubiera cosas que contar, pero nada más lejos de la realidad. Subí con mi chica el martes y nos encontramos con Jacinto que nos contó que había ido a Valcongosto y el sendero estaba muy perdido; esta primavera la brigada no había limpiado el sendero. Al día siguiente comprobamos que Jacinto tenía razón. Y no será porque no recorra gente este barranco. Siendo miércoles nos encontramos con 30 niños que venían con sus monitores desde San Martín de Moncayo. Además, descubrí dos pequeños acebos que no tenía localizados y mientras le enseñaba a Bea la “colonia” de Coronas de Rey que pueblan los cantiles rocosos, observé un ejemplar florecido, el primero que veo en el sistema Ibérico. Curiosa la historia de esta planta que crece en la propia roca caliza, vive muchos años y solo florece una vez en la vida: Tras desplegar todo su vigor con una espectacular floración, perece.


Aun tuvimos tiempo de recorrer otros rincones: El puente medieval del viejo camino a Beratón, el prado de la Dehesa de la Cueva de Ágreda o el paraje de las patadas del diablo de esa misma localidad donde pude conversar con un pastor al que fotografié en un bonito atardecer que doraba las laderas del Moncayo.


Con estos antecedentes, el domingo fuimos José Luís, mi padre y yo de nuevo a Valcongosto a adecentar algo el sendero. Unos senderistas del club de montaña Isuara que bajaron detrás de nosotros nos agradecieron nuestro esfuerzo altruista. Luego comimos en el albergue, contando anécdotas de la jornada: los corzos, los cazadores, el pañuelo que perdió una senderista. Nunca me aburro por allí arriba.

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