Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

miércoles, 25 de julio de 2012

Experiencias en el pueblo.

Hacía tiempo que no subía a Purujosa. Paradójicamente, ahora que estoy trabajando en la comarca, tengo menos tiempo para subir a la montaña. Ahora que felizmente me dedico a hacer de guía en monumentos y museos de la ribera del Aranda no hago de guía aficionado por los senderos de la cara oculta del Moncayo.

Cuando el Sol se escondía detrás de la montaña sagrada coronaba el puerto de la Crucija. Encendí los faros del coche y me adentré en el desfiladero de las Peñas del Cabo. Dos raudos conejos se cruzaron en mi camino. Paré en el albergue de Purujosa y le di recuerdos a Carlos de parte de unos amigos suyos de Illueca y Brea con los que coincidí en la fuente del Gollizno. Aun trabajando, aprovecho el rato de la comida para acercarme a la naturaleza.

Después de cenar salí detrás de casa, sobre el barranco de la Virgen.  Los gatos me acompañaban en mí deambular en las sombras. El aire se elevaba sobre el acantilado. Hacía frío. Añoraba tener frío en pleno verano. Me puse el plumas y miré al firmamento. También hacía mucho tiempo que no miraba a las estrellas. En este mundo cosmopolita y urbanita, cada vez menos personas miran al cielo, las estrellas se esconden ante las luces de la civilización. Ver la vía láctea surcando el horizonte sobre los tejados del pueblo me transmitió una enorme sensación de paz que me ayudó a conciliar el sueño.

A la mañana siguiente observé los progresos en la vivienda contigua que mi padre está arreglando. Estuve conversando con Jesús, Teresa y los padres de Mariano. Luego se unieron a la charrada Jacinto y Ana que subían del río. Juan Carlicos pidió que sacara la pelota y estuvimos jugando con Dora. Al final desfogamos a la perrica que buscó la sombra. Y así me bajé de nuevo valle abajo. Pero justo cuando alcanzaba el mojón de Calcena vi una rapaz de plumaje blanco que surcaba los cielos. Detuve el coche y me bajé. De repente la vi: llevaba una culebra enorme colgando. Era un águila culebrera. Sonreí y continué mi camino.

2 comentarios:

  1. A mí también me gusta mirar las estrellas. Vivo en un ático y tengo unas vistas preciosas hacia las montañas.
    Todas las noches me quedo un buen rato en la ventana mirando el cielo, y como es un pueblo, el silencio que hay por las noches, hace que mirar las estrellas sea más especial.
    Me gustó mucho esta entrada.
    Abrazos.

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  2. Marga, ¡Vivan los amantes de noches estrelladas! Me encantó tu comentario.

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