Hacía
tiempo que no subía a Purujosa. Paradójicamente, ahora que estoy trabajando en
la comarca, tengo menos tiempo para subir a la montaña. Ahora que felizmente me
dedico a hacer de guía en monumentos y museos de la ribera del Aranda no hago
de guía aficionado por los senderos de la cara oculta del Moncayo.
Cuando
el Sol se escondía detrás de la montaña sagrada coronaba el puerto de la
Crucija. Encendí los faros del coche y me adentré en el desfiladero de las
Peñas del Cabo. Dos raudos conejos se cruzaron en mi camino. Paré en el
albergue de Purujosa y le di recuerdos a Carlos de parte de unos amigos suyos
de Illueca y Brea con los que coincidí en la fuente del Gollizno. Aun trabajando,
aprovecho el rato de la comida para acercarme a la naturaleza.
Después
de cenar salí detrás de casa, sobre el barranco de la Virgen. Los gatos me acompañaban en mí deambular en
las sombras. El aire se elevaba sobre el acantilado. Hacía frío. Añoraba tener
frío en pleno verano. Me puse el plumas y miré al firmamento. También hacía
mucho tiempo que no miraba a las estrellas. En este mundo cosmopolita y
urbanita, cada vez menos personas miran al cielo, las estrellas se esconden
ante las luces de la civilización. Ver la vía láctea surcando el horizonte
sobre los tejados del pueblo me transmitió una enorme sensación de paz que me
ayudó a conciliar el sueño.
A la
mañana siguiente observé los progresos en la vivienda contigua que mi padre
está arreglando. Estuve conversando con Jesús, Teresa y los padres de Mariano.
Luego se unieron a la charrada Jacinto y Ana que subían del río. Juan Carlicos
pidió que sacara la pelota y estuvimos jugando con Dora. Al final desfogamos a
la perrica que buscó la sombra. Y así me bajé de nuevo valle abajo. Pero justo
cuando alcanzaba el mojón de Calcena vi una rapaz de plumaje blanco que surcaba
los cielos. Detuve el coche y me bajé. De repente la vi: llevaba una culebra
enorme colgando. Era un águila culebrera. Sonreí y continué mi camino.
A mí también me gusta mirar las estrellas. Vivo en un ático y tengo unas vistas preciosas hacia las montañas.
ResponderEliminarTodas las noches me quedo un buen rato en la ventana mirando el cielo, y como es un pueblo, el silencio que hay por las noches, hace que mirar las estrellas sea más especial.
Me gustó mucho esta entrada.
Abrazos.
Marga, ¡Vivan los amantes de noches estrelladas! Me encantó tu comentario.
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