En el Puente de Todos los Santos realicé la corta pero reconfortante excursión de la desembocadura del barranco de la Virgen. Desde la parte superior del caserío desciende el viejo sendero, ganado a la ladera a través de fuertes muros para mantener el que durante siglos fue el camino más importante de la localidad, el que lo comunicaba con Añón, Borja, Talamentes, etc. A media ladera hay un cruce importante, recto continuamos remontando el barranco la Virgen y justo allí, hace algún tiempo, la olma que sostenía el sendero se precipitó ladera abajo, iniciándose el lento pero inexorable proceso de erosión del camino. Es una pena que esta obra etnológica se pierda, como van camino de desaparecer las parideras, que han definido la forma de vida de las gentes de estos valles. Aquí las administraciones deberían mostrar más sensibilidad en el mantenimiento de sus viejos caminos.
Pero es que el tiempo es lento pero constante. En el camino que baja a la ermita hay un covacho, donde el padre Francisco guarda la leña y algún escalador sueña con su estraplomada pared. Allí, en el muro que cierra la oquedad también se ha producido un desprendimiento, justo encima de la puerta. Por si acaso, captamos una instantánea que inmortaliza el lugar porque probablemente, cuando pasemos en unas décadas, ya no será como lo recordamos.
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