Han pasado las fiestas de la Virgen de Constantín y toca hacer recapitulación de lo vivido. El sábado Mariano lanzó las salvas a las 8 de la mañana, anunciando que daban inicio las celebraciones. Después, fuimos a San Cristóbal 30 personas, muchas menos que el año pasado, debido a que la comida en esta ocasión era en el merendero junto al río, en Purujosa. No obstante, sigo pensando que ha sido una buena iniciativa la recuperación de esta romería, que prolonga algo más los actos festivos y ayuda a iniciar la jornada con actividades a los que estamos por el pueblo.
Además, desde estas líneas, animo a la gente a realizar la romería andando. En menos de una hora, con un ritmo relajado, parando a descansar en la fuente Espadas o a la sombra de algún quejigo, se salva el desnivel que hay hasta la ermita. En esta ocasión solo fuimos 5 caminantes, pero aunque me quede solo, mi intención es subir todos los años caminando. Jacinto y su mujer, que subían andando por primera vez, no se arrepintieron: Fuimos escuchando las anécdotas que nos contaba el Padre Francisco de su viaje al Mediterráneo Oriental. También supuso una anécdota, la corza que se detuvo delante nuestro, sorprendida cuando me acerqué a ver un árbol del que teníamos dudas de si se trataba de un acerollo.
Tras la misa, en la que Francisco nos explicó sucintamente la iconografía del retablo y el motivo por el que San Cristóbal aparece representado cruzando un río con un niño al hombro, bajamos al bar de Calcena a devolver la llave de la ermita. Allí comprobé que Francisco había pasado muchas horas en el seminario jugando al futbolín dado que me ganó ambas partidas que jugamos.
Ya en el río, la afluencia de personas era superior, estando alrededor de 70 comensales, que por 5 € degustamos un delicioso rancho. Vicente, que acaba de llegar de Buñuel, se sentó con Edurne en nuestra mesa, pero poco les pude acompañar porque me subí pronto a estudiar. Las obligaciones mandaban y mi tarde transcurrió entre apuntes sobre economía y sociedad Iberoamericana, vaya contraste.
Por la noche me llamó mi padre: “Anda, vete sacando las cestas con galletas y el moscatel y prepara una mesa en la replazeta, que ya ha comenzado la Ronda”. Efectivamente, al poco comencé a oír el sonido de las guitarras por las estrechas callejas, dejé los apuntes y dije: me uno a la fiesta. Y es que como ya contara, la ronda de Purujosa conserva ese sabor añejo, de participación colectiva y espontánea, que en esta ocasión se prolongó hasta las 2 de la mañana, terminando en casa del Alcalde cantando rancheras. Además, no solo los joteros y la rondalla que vienen son buenos, que lo son, sino que en el pueblo tenemos buenos cantadores, como Lucio o Vicente, que contribuyen a que cada año se produzcan picadillos, suenen jotas nuevas y otras viejas recuperadas. Siempre recordaré hace años cuando debajo del balcón de casa se cantó aquella jota que empieza: Cuando por aquí pasé, Castillo estabas caído.
Posteriormente, la noche fue pasando al ritmo de la discomóvil, hasta que a las 5 de la mañana, unos valientes se atrevieron a ir hasta el molino, cargarse con un chopo al hombro y subirlo hasta la plaza para plantar el Mayo. A esa hora me recogí, dando por mi parte finalizadas las fiestas. El domingo me contó mi padre que tanto la misa como la comida discurrieron con alegría, amenizada por la Charanga, pero yo ya no salí: Los problemas de la distribución de la propiedad agraria iberoamericana me esperaban, en forma de apuntes.
Hace 5 horas
No hay comentarios:
Publicar un comentario