Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

lunes, 19 de julio de 2021

Joaquín Araujo: Los árboles te enseñarán a ver el bosque

 Decía Fernando Pessoa "El verde de los árboles es parte del rojo de mi sangre". Este es uno de los numerosos versos que pueblan el libro del gran divulgador de la naturaleza española, discípulo de Félix Rodríguez de la Fuente, Joaquín Araujo. 

Un canto a la belleza de los arboles y a los que saben apreciarla. Desde el testimonio personal de un "emboscado", de aquel que no tiene "los ojos permanentemente encarcelados por pantallas, edificios o aslfato", realiza una profunda crítica a la sociedad de consumo y una defensa por la austeridad. En sus "soledades" reflexiona que su hogar: "no vivo en otro planeta aunque tal parece cuando eliges el silencio en lugar del ruido". Esta forma de vida le permite afirmar que "la libertad camina, con frecuencia, a mi lado". 


La cultura inunda las paginas del libro y así descubrimos como el pictograma que en el idioma chino representa la palabra "descansar" represente a alguien a la sombra de un arbol. En un contexto de deforestación y desertificación, hace una ferrea defensa del hecho de plantar árboles, en unos pasajes que recuerdan al Hombre que plantaba árboles de Jean Giono.

También explica las variadas y sorprendentes interacciones que se producen en un bosque: "Si cada árbol es un cosmos, ¿Cómo valorar el coscos de cosmos que es un bosque?". Araujo muestra la demostración de que los árboles se comunican entre si, la asistencia que se dan a través de las raíces, en las cuales también se da una de las asociaciones más provechosas del planeta: la de las microrrizas del reino fungi con las raices del reino vegetal. Como Haekel en su libro "En un metro de bosque", nos abre los ojos ante lo invisible, ante la enorme biodiversidad que esconde la tierra, el subsuelo es el origen de la vida de la superficie y millones de organismos interactuan bajo nuestros pies.

Y es que aunque Araujo se detiene en los aspectos individuales del árbol, como su longevidad citando por ejemplo a los tejos (de los cuales tenemos varios ejemplos en esta cara oculta del Moncayo) que llegan a vivir miles de años)  le interesa sobre todo la visión de conjunto, analizando por ejemplo el famoso caso de los bosque-arbol, con miles de troncos que constituyen un único ser vivio dado que todos son clones, aunque a nosotros nos parezcan ejemplares individuales, son todo un mismo organismo unido precisamente por sus raices. 

Del mismo modo, realiza un repaso a las estaciones del año, empezando con el otoño en que con el efecto de la lluvia y las temperaturas suaves, el bosque "huele a nostros mismos, a humis, a vida". Después llega el inivierno cuando  los árboles, "como buenos budistas zen", suspenden sus funciones fisiólógicas  para combatir el frío y el hambre. Los días cortos y fríos son propicios para "meditar ante las llamas" que antes fueron bosque. La primavera es "cuando todo crece porque la luz crece", es el momento en que el bosque se convierte en un auditorio lleno de colores florales (pensemos en el "hanami" japonés) y conciertos acústicos. Por último el verano es la fecha cuando "su sudor es nuestro alivio". Hay que pensar como los árboles "como buenos ahorradores" acumulan reservas hídricas durante la primavera que van emitiendo a la atmosfera en verano, ayudando al equilibrio térmico del planeta.

El árbol concluye explicando como cada año nuevo tiene la costumbre de recorrer su bosque para ascender al punto más alto y ver un nuevo amanecer, un ciclo que empieza. Un paseo sanador que los japoneses llaman "shinmrin yoku", en donde se detiene en las fuentes ("ver nacer a lo que todo hace nacer tiene un especial significado"), limpia el perdido sendero,cierra los ojos y escucha los pajos, los abre y oberva los rastros, acaricia las hojas y cambia de ladera para sentir los cambios de ambiente de la solana a la umbría. Retoma nuestros origenes como especie, se hace bosque.

Concluye la obra con el final, la muerte, con aquellos que deciden descansar eternamente bajo la copa de los árboles, acabar donde se empieza. Porque como dice Araujo, "fuimos bosque (...) también podemos acabar siéndolo".


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