Este
fin de semana se han celebrado las fiestas de Purujosa en honor a la Virgen de
Constantín. Como era previsible, este año vino mucha menos gente. El mal tiempo y el hecho de que numerosas
familias estuvieran de luto hacía presagiar el descenso de asistentes. Lo
cierto que el viernes cuando fuimos a poner las cadenetas, soplaba un frío
helador.
El
sábado amanecimos con una avería de agua. Ello no influyó en el ánimo de los
romeros. Nos juntamos junto al río, el coche oficial del Ayuntamiento encendió
la sirena y encabezó la marcha hacía la ermita de San Cristóbal. El Padre
Francisco, José Luís, mi padre y yo subimos caminando por el viejo camino de
herradura, con la cruz procesional a cuestas. Tras tomar un moscatel con
pastas, nuestro ermitaño ofició la ceremonia ante los 22 feligreses
congregados, teniendo un emotivo recuerdo para los vecinos y amigos que nos han
dejado a lo largo del año.
Después,
nos dirigimos al merendero del río. Mariano lanzó varios cohetes anunciadores, buscamos las mesas al Sol y degustamos un
excelente rancho que nos dio energía para afrontar el resto de actos de la
jornada.
De
hecho, los licores de la sobremesa nos animaron para dirigirnos hasta la fuente
del Isuela. Allí buscamos un chopo que reuniera las condiciones precisas,
espigado, recto y fino. Vicente cogió la motosierra mientras los demás
tirábamos de una soga para que el árbol viniera hacia la carretera. Después lo
atamos al todoterreno y lo bajamos hasta el pueblo, dejándolo en la cuneta
preparado para plantar el mayo por la noche.
Tras el
pleno municipal mediante concejo abierto vino la cena popular, las jotas
bailadas en la plaza y la ronda por el pueblo. Este año, el frío incentivó a templar los cuerpos con el moscatel
y el pacharán que ofrecieron los vecinos en las casas.
Nos acompañaron en nuestro callejear las
gemelas de Borja, joteras a dúo, ganadoras de diferentes premios y certámenes. La
ronda de Purujosa tiene ese sabor añejo, de participación espontánea, donde las
voces de los joteros se alternan con las de los vecinos, donde lo mismo se oye
una emotiva jota de estilo, una ranchera o una jota de picadillo socarrona.
Donde el “chico de Isabelo” sube a por su bandurria, se ata un pañuelo a la
cabeza y se suma a la rondalla. Donde todavía se cantan las jotas que cantaban
los abuelos: Lucio, tras ver la reconstrucción de la fachada de la replazeta
volvió a entonar el “cuando por aquí pasé /castillo te ví caído/ ahora vuelvo a
pasar / y te veo fortalecido”.
La pareja de jienenses que están sacando madera
en el pinar disfrutaron mucho de estas tradiciones aragonesas, sintiéndose uno
más de la fiesta, en una velada que sin duda les hizo olvidar por un instante
las cálidas noches de su tierra andaluza.
El año que viene me apunto!!
ResponderEliminarAbrazos!