Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

jueves, 25 de marzo de 2010

VIII Trial de Calcena

Veía como Antonio y Paola me miraban y se morían de risa. Lo cierto es que mi cara era un poema. Estábamos en el baile de Calcena, debajo del bar, y Mariano nos estaba explicando a los voluntarios la normativa para ser jueces del Trial. Yo no entendía nada, mi única experiencia motera se remontaba a aquel lejano verano cuando cogí la mobilette de mi abuelo para ir a las piscinas: esto me sobrepasaba. Sin embargo, mis compañeros de zona me tranquilizaban diciéndome que en realidad era muy sencillo. El circuito del Trial se dividía en 7 zonas que debían completar los pilotos tres veces, en tres vueltas completas al circuito. La zona 4 era nuestra zona, la de los jueces jóvenes, pues tanto Raquel como Alberto y un servidor somos veinteañeros. Nos dividimos la zona en tres tramos para cada uno y a mi me tocó el final de zona, donde tenía que tomar la tarjeta a cada piloto y clicar la puntuación que había obtenido. Por cierto, Alberto y Raquel tenían razón, en la práctica era muy sencillo.


En la prueba, puntuable para el campeonato de Aragón, participaron más de 80 pilotos divididos en categorías que debían realizar un itinerario u otro en virtud de la dificultad. En mi tramo, el circuito “sencillo” era asequible y todos los pilotos pasaron limpios. El tramo intermedio se las traía y el tramo difícil ponía los pelos de punta: ¿Cómo pueden subir por ahí?



La mañana transcurrió muy entretenida, a la cita del motor se sumó una caravana de coches de época, una concentración de Seat 1500, utilitario de los años 60 que precedió al popular 600, que vinieron desde Beratón y saludaron a su paso haciendo sonar el claxon de sus vehículos. El sol calentaba pero las previsiones anunciaban tormenta y no se equivocaron. La lluvia hizo acto de presencia y además de forma brusca y repentina. A pesar de ponernos los chubasqueros con avidez, terminamos algo mojados y dada la intensidad que estaba adquiriendo este diluvio moncaino, se suspendió la tercera manga de la prueba.

No obstante, a pesar del agua, la jornada terminó con la alegría propia de un día de fiesta como el que nos ocupaba: con una comida de hermanamiento entre pilotos, jueces y organizadores. Carlos, del albergue de Purujosa, nos preparó unas judías que quitaban el sentido. Y así, entre chistes y charradas, anécdotas moteras y proyectos de futuro, fue discurriendo el final de la que fue mi primera colaboración en el Trial del Calcena.

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