Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Recogiendo setas pieazules y un asta de ciervo

Este fin de semana era verdaderamente propicio para ir a buscar setas. Después de las lluvias aun no había llegado el frío. Corrían rumores de que poco a poco iban cogiendo setas. No muchas, pero si las suficientes para darle un gusto al paladar.

Cuando llegamos a Purujosa la escarcha de la mañana dejaba las huertas cubiertas de una fina capa de hielo. No era un buen síntoma. Sin embargo, la mañana se templó. Los geranios del balcón no se habían helado y allí sentado en el solanar sobraba la chaqueta. Fuimos a la fuente de la Costera y desde allí ladeamos a través del pinar y de antiguas tablas yermas, descendiendo hacia Peñacerrada. Unos perros ladraban incansables desde el fondo del barranco. Los habían perdido los cazadores, tras una batida en la que cayeron 10 jabalís. Como nos habían advertido, no vimos ningún rebollón. En cambio, llenamos media cesta de pieazules (lepista nuda). Regresamos al calor del hogar sabiendo que esa noche íbamos a degustarlos junto a unas setas de cardo que nos había regalado José Luís.

Lo cierto es que tuvimos suerte. Llevábamos un rato con la cesta casi vacía cuando debajo de una carrasca vimos un pieazul. ¡Alto! ¡Todo el mundo al suelo! Sabemos por experiencia que las setas en general y los pieazules en particular crecen en grupos. Nuestra vista se acostumbró y progresivamente empezamos a ver bultos en la hojarasca del suelo. Cada prominencia del terreno ocultaba un pieazul, formando un círculo de más de 5 metros de diámetro. Entre ese y un par de seteros más, llenamos media cesta.

Sin embargo, el bosque aun quería depararnos una última sorpresa. Mi mirada se posó en una rama peculiar caída sobre suelo. Me acerqué a ella y comprobé que no se trataba de una rama. Acaba de encontrar un asta de ciervo. El hallazgo me llenó de alegría. En el pueblo se rumoreaba que había ciervos en la espesura del bosque pero yo nunca había visto ningún indicio de su presencia. Hasta ahora.

Este nuevo hallazgo pasará a formar parte de nuestra pequeña colección, junto a una gran asta que encontré en los montes de Albarracín, y una asta pequeñita que encontramos en el desescombro de la casa, con una perforación para utilizarla de colgador.

Hoy he pasado toda la mañana estudiando en el balcón, disfrutando del Sol y los 18ºC de temperatura. De regreso a la ribera, me aguardaba un día gris, niebla y 12ºC menos. Adiós montañas, adiós.

3 comentarios:

  1. son las bondades de salir a dar una vuelta al campo :)

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  2. Pues si, el campo siempre depara sorpresas, nunca deja de sorprender al curioso observador :) ¡Un abrazo!

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  3. no cabe duda de que a veces tiene el campo una amplia gama de fugaces sensaciones... un día voy a ir...

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