Vivencias y pensamientos sobre la ruralidad y la vida en el campo desde Purujosa pueblo casi deshabitado a la sombra del Moncayo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

De Talamantes a las Peñas de Herrera.

Hace dos fines de semana fui a Talamantes. Pero no llegué allí atravesando el Moncayo. Acudí desde la Ribera del Jalón, con mis amigos del club de Montaña Rodanas de Épila en una excursión programada a las Peñas de Herrera. Tenía mucho interés en esta andada porque aun no había recorrido el sendero que sube desde el pueblo hasta las Peñas y me habían hablado muy bien de él. Hoy ya puedo corroborar que es una preciosa excursión.

La propia llegada al pueblo sobrecoge. Tan perdido en las montañas, tan alejado del Huecha. Como cantara el poeta Ángel Petisme “Donde acaba la carretera”. Acurrucado bajo los pinares que descienden de la Tonda, protegido por las ruinas de su castillo templario y teniendo por horizonte los altivos peñascos calizos de Herrera.

La vista desde el caserío es engañosa. Las faldas de las Peñas se ven absolutamente deforestadas, pobres pastizales y cascajares protegen su acceso. Sin embargo, la parte intermedia del barranco de Valdeherrera es preciosa. Junto al pequeño arroyo nos adentramos en un carrascal donde abundan los acebos, poblados de sus características bolas rojas. Se respira humedad a pesar de la sequía de este otoño. Nos desviamos a la fuente del Despeño, a la sombra de unos acebos enormes.

Luego salimos del bosque y alcanzamos la base de las enormes Peñas de Herrera. Los buitres alzan el vuelo. Alcanzamos el collado abierto entre las paredes de dos de las Peñas. Allí nos esperaba mi padre que había subido desde Purujosa. Nos alzamos hasta la Peña más alta en donde encontramos un pequeño aljibe excavado en la propia roca, testigo mudo de aquel antiguo castillo de Ferrellón, que protegiera la frontera entre Aragón y Castilla hace 600 años. Las vistas son sublimes.

En la bajada todavía nos quedó tiempo para coger setas. Sergio se fijó en tres magníficos ejemplares de parasoles (macrolepiota procera). Rebozados están buenísimos. Hacía tres años que no degustaba esta delicia culinaria. Desde luego, puedo decir, que esta excursión me dejó un buen sabor de boca.

3 comentarios:

  1. En el bosque cerca de donde vivo también hay setas, pero como no entiendo cuáles son comestibles sólo me dedico a fotografiarlas, que también me gusta.
    Saludos.

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  2. Hola Marga! Si, hay muchas setas que estéticamente son preciosas. A mi me pasa que disfruto tanto buscando setas, paseando por el monte, haciendo fotografías, que comiéndolas. Vamos, que si vuelvo a casa con la cesta vacía, no siento que he perdido la mañana, todo lo contrario. ¡Un abrazo!

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  3. Es lo bueno de vivir en pueblos, tenemos todas estas maravillas a un paso. ¡Abrazo!

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